Mi papel como “descubridor” de Padroncito está más o menos documentado. Me refiero a Juan Padrón, el creador de nuestra pachanguera raza de vampiros cubanos y del aguerrido coronel mambí Elpidio Valdés. Me quedo con los vampiros, por supuesto. ¡Esa imagen suya del imberbe vampirillo ante el dilema de dónde hincar sus colmillos es un clásico! Tan buena, y tan recondenadamente criolla la apetencia, que el mismo Padroncito la usó todas las veces que pudo. La de aquí arriba ha sido recuperada de un fotograma del primero de sus dibujos animados para el ICAIC que él titulaba Filminutos. La original, en blanco y negro, apareció en una edición del tabloide Ja Já de enero de 1971. Después hay otra impresa, de briosos colores, de la que no conservo la fecha ni lugar de publicación, y después una tercera que ilustró la invitación para una exposición suya llamada “Tan fiero como lo pintan”. En esta última, sin embargo, es el viejo —¿padre? ¿mentor?— vampiro el que llama la atención de su —¿discípulo? ¿hijo?— vampiruelo hacia la región de la yacente y ajena a todo durmiente, en donde debe proceder con el obligado ritual instaurado por el avieso conde de Drácula, y que esta noche no es en el cuello precisamente. Tampoco hubo nunca un segundo cartón post-mordida. Padroncito se quedó debiéndonos esa. ¡Porque… Qué brinco debe haber dado la mozuela!
Bien, pues, a lo que iba. El poeta y crítico Nelson Herrera Ysla nos habla en la revista Revolución y Cultura de los comienzos de Padroncito y nos dice: “Siendo más joven de lo que él imaginaba, un día de 1963, Norberto Fuentes le disparó a quemarropa la posibilidad de trabajar para la revista Mella junto a un nutrido grupo que ya se encontraba en la importante publicación de la juventud cubana… y no le pensó tres veces… En La Habana se unió a Virgilio, Roberto Alfonso, Rostgarrd, Fundora, Newton Estapé, Víctor Casaus, y a un notable dibujante que luego se dedicó a componer canciones, y tocar bien la guitarra: Silvio Rodríguez. Todos hacían una página memorable llamada ´El Hueco´…”
Francisco Blanco, otro historietista cubano, también conocido por su nombre en diminutivo, “Blanquito”, que tiene —hasta donde yo conozca— el único blog de memorias sobre las historietas en la Revolución cubana, nos ofrece una interpretación parecida: “Norberto Fuentes, de revista Mella, invitó a Padrón a colaborar con ellos. Le ceden la sección El Hueco. Uno de los gurús de la Nueva Trova Cubana, Silvio Rodríguez, fue allí un aprendiz de dibujante que renunció por jerarquización de intereses.” (Ver este link).
Hay otros tres casos en los que, para cumplir con la norma de la actual historiografía de la isla, deciden eludirme. Paquita de Armas, en La Jiribilla, lo cuenta así: “En 1963 [Padroncito] conoció a Silvio Rodríguez (el músico) en El hueco. Ambos colaboraban con la revista Mella y se alternaban en dibujar para la página semanal El hueco. Entonces Silvio aprendía a tocar guitarra.”
Luciano Castillo, en una página del festival de cine (www.habanafilmfestival.com): “Los dibujantes de la revista Mella, a la cual el aficionado Padrón comenzó a enviar sus caricaturas para la sección ´El hueco´, como también a Bohemia, se percataron del talento natural de aquel muchacho. Para él fue un entrenamiento brutal concebir desde 1963 entre 20 y 30 caricaturas de variados contenidos cuando Virgilio Martínez le asignó la página semanal, tras marcharse los antiguos encargados: el fotógrafo Newton Estapé y Silvio Rodríguez, que optó por la guitarra.”
En otro barrido de lechada con brocha gorda sobre mi nombre, Paquita de Armas nos refiere que Padroncito “comenzó a dibujar en el suplemento Mella. La historieta se llamaba El hueco, era de humor, con un pie forzado en una sección fija titulada ¿A usted nunca le ha pasado esto? En la oquedad (por no decir hueco) trabajaron distintos guionistas y dibujantes. Padroncito, Virgilio Martínez (el maestro) y Silvio Rodríguez (el trovador) se encargaban de dibujar.”
Aparte de la gracias que me causa la línea donde Paquita menciona que Padroncito conoció a Silvio en El Hueco, como si se tratara de un sitio, un lugar geográfico, cito estos últimos tres casos por una razón más poderosa que el intento de restaurar mi presencia en el cuadro. Se trata de corregir errores de una narrativa que, en términos generales, en Cuba, ya comienza a estar viciada por dos contrafuertes de la verdad: el dictado político y la historia contada de oídas. En lo que a mí respecta, eso va desde la guerra de Angola (donde ya, según la versión oficial al uso, ni Arnaldo Ochoa ni las Tropas Especiales del Ministerio del Interior estuvieron allí ni decidieron nada en el terreno) y la lucha contra bandidos (¿Tomassevich? ¿Tomassevich qué?) hasta algo que puede ser el colmo de la puerilidad: la paternidad de una tira cómica tan absurda y que se llamaba El Hueco.
Porque ni Virgilio le asignó ninguna página de El Hueco, ni Newton Estapé era fotógrafo (era hijo del fotógrafo del mismo nombre), ni en esa página trabajaron distintos guionistas y dibujantes (yo fui su único guionista hasta mi reclutamiento de Padroncito, además de que inventé la página y establecí toda su conceptualización), ni Silvio y Padroncito alternaron nunca nada en esa publicación, y, lo mejor de todo, Silvio nunca “optó” por la guitarra ni se la echó al hombro y abandonó la mesa de dibujo arrimada a la de su venerable maestro Virgilio por una “jerarquización de intereses”.
A Silvio Rodríguez lo botaron del Mella, señores. ¿Puedo decir botamos? De patitas en la calle.
No cabe duda de que esto significaría una acción afortunada para el devenir de la música cubana pero quizá mucho mejor para el legado de las historietas de la misma nacionalidad, siempre pujando por levantar cabeza. Silvio era un espantoso dibujante. Peor que eso, resultaba sumamente indisciplinado aún para los estándares super liberales del Mella, donde señoreaba un personal tan exuberante como Guillermo Rosales, Manolito Casanova, el cojo Sixto Quintela y un servidor. Y aquí es donde Padroncito entra a jugar.
No sé cómo se enteró que yo estaba a cargo del suplemento de historietas del Mella (aparte de mis empeños como reportero de guerra; no sonaba un tiro en cualquier lugar de ese país que yo no me echara a cuestas al fotógrafo Ernesto Fernández y saliera disparado para allá). Padroncito vivía en Cárdenas, desde donde me enviaba sus muestras de dibujos por correo regular. Eso coincidía con la agonía de Silvio y su inestabilidad y tenernos siempre el suplemento en vilo.
En quién recayó la ingrata tarea de decirle al jovencito que se fuera (literalmente) con su música a otra parte permanece ahora en el limbo de la memoria. Debe haber sido Carlos Quintela, el director de la publicación, con su nariz quebrada de exboxeador y su voz baja, ronca, inapelable. Pero siempre después de un acuerdo con Virgilio y conmigo. Tampoco puedo decir que empleara la violencia verbal que antecede a los dos párrafos anteriores. En una época de redención no se bota. En definitiva no éramos crueles e insensibles capitalistas. ¡Y para la plusvalía que nos reportaba Silvio!
Nos encontramos en la segunda semana de agosto de 1963 y el desaguisado coincide con la instauración del servicio militar obligatorio (SMO) en Cuba. El equipo de Mella, y Silvio entre los primeros, había tomado mal las señas sobre la leva que inauguraba el país. Lo interpretamos (¡ese entusiasmo de circo romano!) como una fórmula de castigo contra jóvenes desafectos y el lumpen. De modo que, al encargo mío de un Hueco sobre el SMO, él dirigió su trabajo en esa dirección. El último Hueco de Silvio, publicado en el número 23 de nuestro suplemento gráfico el 18 de agosto de 1963, fue como una premonición de su propio destino.
Entonces acudimos al muchacho que nos estaba enviando sus materiales desde Cárdenas, la villa a unos 120 kilómetros al este de La Habana. Recuerdo haberlo entrevistado en un viaje que hizo a la capital y que le pregunté si el podía hacerse cargo de El Hueco. Aceptó de inmediato. Pero solo con una condición: teníamos que buscarle dónde vivir en La Habana. Me pareció razonable y no preciso ahora de qué manera Carlos, al que ya había convencido de que Padroncito era nuestro hombre, le agenció “algo” con la dirección nacional de la Juventud Comunista (de la que Mella era su órgano oficial). Yo, por mi parte, le puse también una condición: él tenía que hacerse cargo del guión. Dibujos y guión. Todo.
Último El Hueco de Silvio (casi una premonición de su futuro inmediato), suplemento gráfico de Mella número 23, 18 de agosto de 1963. |
¿Salario? Sabe Dios qué se le pagaría. Además, en esa época no se le llamaba salario. Se seguía la tradición de retribución comunista establecida por el Partido décadas atrás. La “ayuda”. El Partido te daba una ayuda de acuerdo a tus necesidades. Mi ayuda durante mis dos primeros años de trabajo en el Mella era de 75 pesos al mes, porque se tomaba en cuenta mi edad (17-18 años) y que yo vivía con mis padres. Después que me casé, en octubre del 62, me subieron la ayuda a 140 y me dieron un radio (“los matrimonios deben tener su propio radio”, me dijo Carlos, admonitorio. Mi padre, empero, fue brutal: “Cásate, para que veas lo que es fornicar sin ganas”). Calculo que en el caso de Padroncito, aunque más o menos de la misma edad, pero viviendo solo en La Habana, y pese a que la Juventud le diera albergue, su ayuda se montaría en lo mismo que yo de casado y hasta un poquito más.
Padroncito comenzó su producción huequística dos semanas después de la salida de Silvio de nuestra redacción en el cuarentón edificio de Desagüe 109/110, una vez ocupado por el periódico Noticias de Hoy. La verdad es que se sintió de inmediato. Llenó de frescura y de su ingeniosa pillería una idea que no dejaba de ser audaz pero que comenzaba a languidecer en las manos de Silvio y mías. Sobre todo, Padroncito despolitizó a todo meter la entrega.
Un poco mas tarde, en diciembre de ese año, yo salí de Mella y busqué otros horizontes en la revista Cuba y en el periódico Noticias de Hoy, ahora sí decidido a convertirme en el mejor periodista de la Revolución cubana, y si lo logré o no, les doy la respuesta de Jerry Lee Lewis, el Killer, uno de mis héroes rocanroleros: “Baby, solo tienes que mirar mis récords.” Así que mis encuentros con Padroncito se hicieron esporádicos y cuando nos tropezábamos en la calle, hasta que un día me entero de que había establecido residencia en la URSS y que había regresado con una mujer rusa y además me estaba solicitando que lo dejara vivir en mi apartamento con Haydee hasta que él resolviera dónde meterse. Mi huésped Padroncito. Ahora sin guión y sin hueco. Padroncito y su tragedia de vivir sin techo. Un cubanito del que se ha dicho que solo es comparable a Walt Disney permitió que casi todos los 50 años de su vida profesional transcurrieran sin un techo seguro donde cobijarse y donde, quizá, poner una mesa de dibujo.
Primer El Hueco de Padroncito, suplemento gráfico de Mella número 26, 7 de septiembre de 1963. |
Recuerdo dos cosas de su estancia como mi huésped, y alrededor de mi mesa de comedor. Que me regaló un ejemplar de bolsillo de la novela de Joseph Heller Cash 22 (que todavía debe conservar mi hermana en mis libreros de Cuba) y su cuento de cómo se hizo rico en la URSS de Leonid Brezhnev. Compraba unos oscuros, pesados cascos de motociclista y valiéndose de unos pinceles y pomos de tinta (“Supermán y El Príncipe Valiente se pintaban a pincel, mi hermano”, explicaba) y unos marcadores, los decoraba con unos raudos supermanes y Batman y con Tarzán dándose golpes en el pecho, listo a lanzar su tamangaríííí de combate, y Flash Gordon y rayos y centellas e inscripciones como El Diablo de la Carretera de Volokolams o Más Maldito que Rasputín y luego no sé qué tratamiento de cerámica al fuego les daba y al final se paraba delante de una de las Sporstisnie, tiendas de efectos deportivos donde los hijitos de papá soviéticos retozaban y alardeaban con sus Mink, Vostok y Nieper, que les salían en unos 200 rublos, y las favoritas de aquella generación, con su sólida impronta militar desde que comenzaron a producirlas en 1941 para el Ejército Rojo bajo la denominación M-72, en su variante civil desde 1950, las IMZ-Ural, ya ésta un poco más carita —unos 250 rublos, en todos los casos sumas prohibitivas en el Moscú de mediados de los 60. Y ahí mismo, con un Batman bajo el sobaco y con displicente mirada de los apacibles atardeceres a su alrededor, Padroncito enganchaba su clientela, decenas de vástagos de la nomenclatura que le llegaron a hacer cola. Una inversión inicial de unos 20 rublos —casco incluido (15 rublos) y pinceles y tiempo de horno—, se convertía de inmediato en una ganancia del 300%.
Poco probable que quede uno de esos cascos dando vueltas por el vasto territorio de la antigua Unión Soviética. Pero el Supermán presto a romper la barrera del sonido sobre la visera de plexiglás del artilugio fue obra de un artista cubano que el pasado 24 de marzo decidió dejárnosla en la mano después de 50 años de fumarse 40 cigarrillos Populares al día y con el solo alivio de los litros de whisky tributados por sus compinches de la farándula cinematográfica extranjera de paso por La Habana en aquella época monopolizada por el ron y el aguardiente.
Hubiéramos podido brindar hoy con cualquier de los licores conocidos. Silvio, el trovador por excelencia y en concierto a estadios llenos en cualquier capital del mundo. Padroncito ranqueado al nivel de Walt Disney y realizador de Vampiros en La Habana, uno de los filmes de culto de la cinematografía latinoamericana. Y yo reconocido como el cronista de la Revolución cubana. Los tres veteranos de El Hueco. En agosto de 1963 cada cual cogió su camino. “My, my… —como exclama Lena Grove en la línea final de La mansión de Faulkner— A body does get around. Here we aint been coming from Alabama but two months, and now it’s already Tennessee.” Lejos. Llegamos lejos. Yo diría que más allá de Tennessee.
PS: Por supuesto, mi viejo nunca dijo fornicar. Nadie emplea ese vocablo en Cuba. Creo que incluso es penable con años de cárcel, actos de repudio y empalamientos. ¿Pero qué quieren que haga en un blog que considera la presencia de damas entre sus lectores? Y yo sí no quiero líos con el Mitú.