jueves, 22 de abril de 2021

La Revolución en una cámara

Foto © 1967, 2021 by Norberto Fuentes
Al amanecer en un manglar al oeste de Isabela de Sagua, donde Ernesto y su eterno compañero, el reportero Norberto Fuentes, llevan varias noches en vela apostados con otros siete hombres a la espera de una infiltración de lancheros de la CIA, procedentes de los cayos del sur de la Florida. El retrato es de 1967 y ha sido incorporado a esta versión de la entrevista. No aparece en la edición original de Juventud Rebelde.
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Más de seis décadas dedicadas al arte fotográfico, y ante la impronta del aniversario 60 de la victoria de Playa Girón, Juventud Rebelde conversa con Ernesto Fernández Nogueras.
—Desde la década de 1950 usted incursiona en la fotografía. ¿Qué lo atrapó de este oficio y cuál considera es su encanto después de tantos años?
—Para mí el encanto de la fotografía (y no me lo enseñó nadie) llegó cuando me di cuenta que detenía el tiempo. Cuando me di cuenta que uno apretaba el obturador y todo quedada grabado ahí para siempre, y mirabas al que habías retratado y sabías que seguiría envejeciendo, pero su imagen no.
—Capa afirmaba que «Si una foto no es suficientemente buena es porque no estabas lo suficientemente cerca». ¿Eso ha sucedido con usted en su extensa vida de artista de la fotografía?
—Mira, he llegado al convencimiento que yo soy el instrumento. Por eso digo muy convencido «Dios la tomó». Ahora te explico. Hemingway contó un día el trabajo que le costaba pararse delante de una máquina de escribir para terminar el capítulo de una novela y decía que para poder empezar se paraba delante de la máquina y escribía todas o cualquier cosa que se le ocurría, y al poco rato, sin darse cuenta, ya estaba enganchado con los capítulos. Al final se sentía muy satisfecho.
«A mí me pasa lo mismo: llego a los lugares, sobre todo en un reportaje, empiezo a tomar fotos de todo lo que crea que tiene valor. Lo voy haciendo con calma (y te estoy hablando de rollos), y no te puedo decir es en qué momento el cerebro pasa al disco duro y todo lo que se parezca a alguna imagen que tenga guardada, la mejora y la lleva a la cámara.
«Por eso hay fotos que me gustan mucho, pero no las miro tanto pues me empieza el sabor de que no es mía. También te puedo decir que por una circunstancia especial hubo una época de mi infancia en que vi mucho cine».
—Nick Ut, quien captó la icónica imagen de la niña quemada con napalm, ha insistido que «lo más importante es pensar en la historia de la foto antes de tomarla». ¿Coincide usted?
—No sé a qué se refiere Nick Ut. La imagen es muy dialéctica. Nunca una misma imagen, o mejor dicho, un lugar, es el mismo. El aire, la luz y el movimiento la van cambiando. Estoy hablando de segundos. Quiere decir esto que si usted va caminando, la imagen que usted va viendo según camina es común a todos los que van a su lado.
«Aparentemente todos la ven iguales, pero tiene un movimiento (vamos a decir interno), por segundo. Su momento no es igual siempre y hay que contar con un cerebro que tenga muchas imágenes en el interior para ver esos cambios y ver exactamente aquel para que la persona que caminaba con usted diga: esta no es la foto que tú tomaste cuando caminábamos juntos.
«Hay que estar muy despierto para cogerla, y eso nada más que lo puede hacer un cerebro entrenado. Por ejemplo, conocí un fotógrafo cubano que estuvo trabajando para LIFE, gracias a Guillermo Cabrera Infante, un escritor y amigo que lo trajo a Cuba después de hacer con él un gran trabajo sobre la fiesta que dio Mike Tood en el Madison Square Garden de Nueva York, por La vuelta al mundo en 80 días, una película que había tenido mucho éxito.
«Jesse Fernández era el nombre de este fotógrafo, y te puedo decir que a mí me pasó lo mismo con unas fotos que tomó estando conmigo. Un día, a la salida del periódico me pidió que lo acompañara hasta el Vedado, a pie. Así lo hicimos, y mientras caminábamos y hablábamos, el disparaba su cámara.
«Días después me enseñó algunas y me quedé bobo: a pesar de haberlo visto trabajar y disparar su cámara, veía los lugares distintos. Estuvo muy poco en Cuba, pero dejó un tabloide en blanco y negro y a color que se llamó A Cuba con Amor, en el que vas a ver las fotos más bellas que puedas haber visto sobre Cuba.
«En resumen, la vida, a pesar de sus baches, es muy bella, y para que siga así hay que tomarle fotos, porque, como se dice, la foto detiene el tiempo. Hay que retratarlo todo para ganar en experiencia».

—La historia lo recoge como el primer fotógrafo en llegar a Girón cuando la invasión…

—Bueno, si bombardearon tres lugares en Cuba y amenazaban con invadir, hice lo que me pareció más lógico: pedirle permiso al director del diario, Carlos Franqui, para dormir en el laboratorio bajo promesa de que, si invadían, iría yo. Y así fue exactamente. El director cumplió. Cuando le avisaron me llamó, y me envió para el lugar en menos de cinco minutos.
«El lunes tarde en la noche regresé de Playa Girón para revelar todo lo tomado por mí ese día. A las dos de la mañana me fui a despedir del director para irme de nuevo a Girón, y cuando me le presenté había una persona a la cual había visto varias veces por allí, y Franqui me dijo, medio en risa: “Ernesto, ¿no te molestaría llevar al compañero Taber contigo?”.
«Medio cortado dije: ¡Claro!: se trataba del fotógrafo Robert Taber, el que le hizo la más grande y mejor entrevista a Fidel Castro en la Sierra Maestra. Era tan larga que se transmitió de costa a costa durante dos días seguidos. Él tiene la colección más bella de fotos de la Sierra Maestra… Una de esas es la que sirve de logotipo al periódico Granma: Fidel con el fusil en alto en la Sierra Maestra.
«Con Taber llegamos en horas de la mañana a la ciénaga y nos enteramos que estaban velando al Capitán Antero Fernández. Fuimos a la casa e hicimos unas fotos. Seguimos a Pálpite y así todo el día con Taber, hasta el bombardeo de los autobuses. La foto en que aparezco tirando fotografías al lado del autobús bombardeado e incendiado me la hizo él.
«A las 7.00 p.m. le dije que me marchaba para La Habana para revelar los rollos y que temprano en la mañana vendría con rollos nuevos y las cámaras arregladas, porque producto de las explosiones, los golpes o sabe Dios qué, se le habían zafado los cuatro tornillos que aguantaban el frente. Lo curioso es que las dos cámaras eran iguales: Nikon S2, con lente 1.4, y a la de él y a la mía les pasó lo mismo.
«Las arreglé en casa de un mecánico que le decían Chiqui, en la calle 20 de Mayo, y partimos de nuevo para Girón con las cámaras sanas y varios rollos. Llegué alrededor de las diez de la mañana. Nos tropezamos con muchas personas que venían de Playa Larga y decían que venía una contraofensiva. Esas bolas corrían entre la población civil a cada rato y decidimos correr para llegar rápido a donde estaba Taber.
«Lo primero que nos enteramos fue que estaba herido, y que alguien suponía que era un mercenario porque iba vestido de civil y gritaba que lo llevaran a un hospital. Todo esto y más le pasó al pobre Taber. Por fin alguien lo identificó y supimos que tenía una herida grave en una pierna producto de los obuses.
—¿Cómo logró que se publicaran con inmediatez sus fotos?
—El lugar estaba a par de horas de La Habana y eso permitía regresar por la noche a revelar y volver muy temprano en la mañana a la zona de guerra. El carro en que fui el primer día era una guagüita VW, y el último día fui en un “pisicorre”, creo que marca Chevrolet.
«Así lo hice el lunes y el martes. El miércoles no, porque entramos con las tropas cuando se tomó Girón y me acosté a dormir en el portal de una de las cabañas.
«Todo lo demás fue suerte. Alguien vio las fotos cuando las entregué esa noche y diseñó un fotograbado de cuatro páginas que salió el mismo día que cayó Girón».
—Diez fotografías suyas de esos hechos estarán permanentemente expuestas en el Museo Memorial Girón a partir de este abril…
—Entre esas diez me es difícil escoger alguna por encima de otras, pero sin duda los autobuses bombardeados e incendiados, y los milicianos avanzando a pesar de la metralla, me impresionan siempre.
«Esos son los hombres que quisiera hablaran de esa guerra delante de mis fotos, para que explicaran lo que ahí se ve, porque yo hice el cuerpo, pero ellos tienen que hablar del corazón».
—¿Qué ha quedado en su memoria de aquellos días?
—Entrar con las tropas en Playa Girón y tomarlo al atardecer, en medio de la alegría y el dolor que acompañaba el triunfo, es algo imperecedero para mí.
—En las batallas, ¿cuál es su valoración de las fotos tomadas delante o detrás de los combatientes, en cuanto a su impacto visual?
—En lugares donde se combate se supone que nadie vaya delante de ti, aunque el escritor Norberto Fuentes y yo lo hacíamos a veces cuando la cosa se ponía un poco caliente para que los muchachos empezaran a gritarte y pasara ese momento. Fui aprendiendo que buscar el combate crudo casi nunca podía aportar mucho, pero el retrato antes o después del combate es demoledor. En el otro es un muerto más.
—Con tantas guerras, usted está vivo de milagro…
—Fui a Venezuela con otros diez cubanos cuando un general venezolano cruzó la frontera por San Cristóbal para invadir esa nación, por órdenes de Trujillo. Aquello fue una tragicomedia. Llegamos y no teníamos un solo papel arriba. Para entrar nos resolvió un diputado, Fabricio Ojeda, que logró que nos pusieran un montón de vacunas y así, con él, entramos sin un solo papel y arrancamos para el estado donde había cruzado el General con sus hombres.
«A la mitad del camino nos avisaron que se había rendido y regresamos a Cuba, no sin antes hacer un poco de amistad con Fabricio, que tiempo después fue asesinado en la cárcel.
«Con el escritor Norberto Fuentes estuve en la lucha contra bandidos en 1963, en la lucha contra piratas en 1967 y en Angola de 1981 hasta l983. Ambos compartimos dos guerras (vamos a decir que tres, pues para saber qué era aquello de los piratas había que estar en una emboscada dentro del agua subido sobre el mangle de madrugada): Angola y la Lucha Contra Bandidos.
«Norberto me decía que no le tenía miedo a nada mientras estuviera conmigo, porque yo le decía que nunca me había visto entre los muertos, y así era. Parece que el cine me dejó una gran influencia, pues todo lo veía como una proyección que a cada rato cambiaba de imagen».
—¿Sin la llamada Fotografía de la épica revolucionaria, piensa que su obra no hubiese sido tan reconocida?
—Bueno, no sé si es muy conocida, pues cuando regresé de Angola en 1983 me dediqué a hacer reportajes en el campo, y las pocas exposiciones que hice fueron por algún amigo que me invitó o alguna exposición que hacía de Playa Girón.
«Todo el mundo empezó a hablar de las fotos después del premio que obtuve, gracias a la compañera Luisa Campuzano y a la Casa de las Américas, que me propusieron para el Premio Nacional de Artes Plásticas».

—La crítica valora su obra como un repertorio visual que echa abajo las fronteras entre el fotorreportaje y el ensayo fotográfico. ¿Se lo propuso usted?

—Eso debe de ser por lo que digo de que las fotos las hace el disco duro del cerebro. Me acostumbré que donde quiera que hago un reportaje me quedo a dormir los días que sean, y los trato todos, en la medida que pueda, como ensayo. Eso sí: me encanta el reportaje.
—¿Cuáles son las cinco fotografías que siempre lo acompañarán?
—Las de mi familia.
—¿Qué considera que ha cambiado en la fotografía?
—Todo, menos lo que yo llamo el huequito (visor). Sin visor no hay foto.
—¿Cuánto extraña la época dorada de la técnica?
—De eso no quiero hablar… Es el único invento cuyo desarrollo ayuda para casi todo, pero te perjudica en la persecución. Mientras avanza tú sufres más, porque hasta ahora cuando tú tenías una visión de 20-20 veías perfecto, hasta un punto. Con la alta definición no sabes por dónde andas. Estás acostumbrado, aunque tengas la mejor vista, hasta un límite. Ves la cara de una mujer bien maquillada y la vez bella, pero de pronto vez esa misma cara en la televisión, y lo que ves es una definición que te mata, le ves hasta la marca de la punta del lápiz que le pasaron por los ojos y su cara parece un dibujo.
«Como no me queda más remedio, tengo que entrar en el mundo digital, pero no confió… Siempre pensé (desde que empezó la era digital) que las grabaciones iban a ser óptico magnéticas, porque impresas en un rollo de fotografía lo más que puede ser es que se ralle un poquito, pero no se pierde la imagen porque está impresa. Fíjate que las películas se echan a perder, pero el sonido no. Esa era la belleza del blanco y negro, que todo se veía como era y la gente ni se daba cuenta que no tenía color».
—¿Cómo ha logrado preservar tantos negativos y fotos?
—Los rollos los tengo metidos en un closet cuya pared da a la cocina y se mantiene a buena temperatura sin humedad. En 60 años no me ha cogido hongo ni un lente ni una película.
—¿Alguna vez se impresionó tanto que dejó de apretar el obturador en el momento preciso?
—Si es verdad que siento el obturador, es que no estoy haciendo la foto verdadera.
—¿Soñó que su obra sería imperecedera para nuestra historia?
—No creo que nadie piense en eso. Uno lo hace porque quiere hacer un buen trabajo, pero nadie sabe qué va a pasar con eso. Son muchos los fotógrafos, y con mejores condiciones aparecen y no queda nada tuyo. Cuando de pronto las cosas tuyas cogen valor, por supuesto que te alegras mucho.

Fragmentos de «La Revolución me puso a golpe de cámara toda su lucha», una entrevista de Hugo García con Ernesto Fernández. Publicada en Juventud Rebelde el sábado 17 de abril de 2021.