martes, 25 de enero de 2022

Lo demás es silencio


Zeta veintisiete…


Este era el indicativo —nombre en clave— que solías escuchar en el coche del coronel Antonio de la Guardia si lo acompañabas, casi siempre mientras se desplazaba por la suntuosa Quinta Avenida de Miramar.

—Equis Dos, Equis Sesenta —se escuchaba por la planta.

X-2 era el indicativo del coronel, de Tony. X-60, el del oficial de guardia en su oficina.

—Equis Sesenta, Equis Dos —respondía Tony, si llevaba el volante. Tomaba el micrófono de la planta de radio japonesa, una Yaesu, instalada bajo la guantera pero con el micrófono sostenido por un asa metálica frente a la palanca de cambios, de modo que fuera fácilmente alcanzable a su derecha.

—Zeta Veintisiete se interesa por usted, Equis Dos —decía el oficial de guardia.

Z-27 era el indicativo del ministro del Interior, el general de división José Abrantes. En el cerrado círculo de los elegidos, la élite de los combatientes revolucionarios, se permitía eliminar la zeta y llamarlo por un elíptico Veintisiete. El Veintisiete.

—Quiere que usted le efectúe por la vía quinientos.

Vía 500 era el teléfono.

Abrantes estaba localizando a Tony. Pero quería que lo llamara por teléfono. Nada de radios. Eso significaba el mensaje de Z-27. Quería silencio radial. Estaba eludiendo interferencias y/o escuchas a través del éter.

—Equis Sesenta, Equis Dos.

—Equis Dos, Equis Sesenta —respondía X-60.

—Equis Sesenta —decía Antonio de la Guardia—, dígale a Zeta Veintisiete que me dirijo hacia donde usted se encuentra.

(Pausa.)

—Y dígale que en 15 minutos le efectúo por vía quinientos—decía.

El Veintisiete. Ese es el hombre, apuesto, de gesto reflexivo, con su uniforme de oscura gabardina verde olivo, que en la fotografía aparece a la izquierda del ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, general de Ejército Raúl Castro. Año 1987. Sala Universal de las FAR. En el escenario, uno de los llamados actos políticos culturales.

Pero esta imagen, por lo pronto un símbolo de camaraderías, de unidad revolucionaria, apenas contará con dos años más de permisibilidad. Pronto estará prohibida. Ni siquiera Abrantes y su todopoderoso aparato de inteligencia pueden vislumbrar la conspiración contra ellos que ya Raúl tiene en marcha. No le temblará la mano durante los procesos de 1989 para solicitar la pena de muerte para estos compañeros suyos. Si Abrantes libra entonces es porque lo reservaron para un infarto en la cárcel dos años después. No fue la suerte de Tony.

Desde junio de 1989 los equipos de monitoreo de la CIA dejaron de captar que Z-27 requería un comprendido de X-2 por la Vía 500.

El silencio señorea sobre la Quinta Avenida.


El retrato en blanco y negro del que fuese ministro del Interior y figura emblemática de la Revolución —José Abrantes— reproducido sobre losa en la jardinera procede de un original que Osvaldo Fructuoso Rodríguez aún conserva fuera de Cuba. Rodríguez había sido uno de los allegados de Abrantes y logró asilarse poco antes de la caída en desgracia de éste y su posterior muerte en condiciones misteriosas. Ordenó el trabajo en un viejo negocio en las cercanías del cementerio de La Chacarita, de Buenos Aires. Después lo hizo llegar a los familiares de Abrantes en Cuba. Al fondo, otra losa recuerda que un hermano, el comandante Juan Abrantes, muerto en un accidente de aviación, comparte el sepulcro en un recodo del cementerio de Colón en La Habana.

La foto es de hace cinco días. Tomada con toda rapidez y mal uso de las luces. Fue tomada por un familiar. La misma persona que colocó la flor. Cementerio de Colón, La Habana. Aniversario 31. Todavía hay valor y el evidente arresto del desacato para un puñado de 15 creyentes reunidos esta mañana —sin pronunciar palabra— frente a la tumba. Sombras y silencio. También la nostalgia se extinguirá con nosotros.