«Ahora sí que Putin se jodió», fue mi respuesta inmediata. Un amigo, periodista, poco dado al alarmismo, la verdad, me informa de la carta del curita José Conrado, de la parroquia de Paula, en la ciudad de Trinidad, el bueno de José Conrado, al temible Vladimir Putin. No quiero hacer citas de su misiva para no afectar el respeto que yo mismo acredito a mi prosa. Cuando tú me ligas con un producto de naturaleza tan diferente, el resultado puede ser contaminante. Pero ya pueden calcular la cantidad de lugares comunes que despliega su diatriba y la inevitable conclusión a la que nos somete (¡como si no lo supiéramos desde el enunciado!): que el presidente ruso es un desalmado. No obstante, el texto completo de José Conrado queda en la Internet a disposición de los lectores más curtidos. Vayamos ahora a la situación de caos, desasosiego, terror pánico (los cubanos siempre lo dicen junto, como una sola palabra: terrorpánico) que debe haber creado en el Kremlin al recibirse la noticia. Gente reputada como durita ese Putin y sus generales. ¡Pero que Conrado acabe con ellos en una carta abierta…! No. No esperaban este golpe. Lo peor que les podía ocurrir en el transcurso de su ofensiva. Ni qué decir de la cantidad de cifrados entre Moscú y La Habana. ¿Somos hermanos o no somos hermanos, Mihail Diaz Canelucho? Porque lo otro sería el ultimátum de evacuar toda la población de la ancestral villa en un radio de diez kilómetros alrededor de la vetusta parroquia dado que la lluvia de seborucos y cisco de tejas coloniales producto del impacto sobre ella de un misil hipersónico de precisión Kinjal (daga en ruso) causaría inevitables daños colaterales en ese radial que, considerémoslo, es el área probablemente total que ocupa Trinidad. La suerte es El Escambray, ¿no? Lo tienen ahí atrás. Se pueden parapetar en las lomas. ¿Los acompañará José Conrado en la huida? ¿O lo veremos encaramarse en la azotea de su bien amada parroquia de Paula y su última imagen será la del regordete servidor de Dios elevando con un brazo el crucifijo para enfrentar al Instrumento del Maligno? No sé si te alcanzará el tiempo de conciencia cuando te van a clavar entre ceja y ceja un Instrumento Hipersónico del Maligno que puede alcanzar hasta 27 veces la velocidad del sonido. Por eso pienso que en su caso hará oídos a los reclamos de la Defensa Civil y decidirá acompañar a su rebaño en la urgente evacuación. Bueno, hasta que alguien lo descubra en el tumulto y entre los perros ladrando y el otro con unas gallinas dentro de un saco (el cabrón siempre garantizando el condumio) y las chiquillas muertas de risa, histéricas, y la gente del Partido con las bocinas clamando por mantener el orden, ¡Disciplina, compañeros! ¡Disciplina! Que es cuando alguien descubre a José Conrado, subiéndose el sayón para poder avanzar más ligero, por lo menos para llegar detrás del cerro de La Vigía o con un poquito de más ánimo llegar hasta el Guaurabo, que es un riecito de aguas de lo más frescas. Lo descubre (probablemente el monaguillo, que es el de la llamada «agentura», el informante de la Seguridad) y grita: ¡Oigan, caballeros, aquí está el cabrón que nos ha embarcado a todos! Así pues, ¿para qué continuar con la narración? No hay forma de describir amablemente lo que ocurre a continuación.
La ilustración procede de Mella, el órgano de la Asociación de Jóvenes Rebeldes, número 193, 27 de mayo de 1961. Era una época en que las cosas resultaban mucho más nítidas. Al menos, los curas, todos, eran el clero contrarrevolucionario. En Mella los escenificábamos con unas ametralladoras de mano y las insignias fascistas en la sotana. Y no debía faltar el cadáver de algún infeliz victimado por el sacerdote. Este de la ilustración calza alpargatas por lo que debe ser un muerto gallego. Mas en la vida real lo que pasó con el clero es que Fidel los embutió a todos en un barco y creo los zumbó mar afuera. A España, creo.