miércoles, 6 de abril de 2022

Tabatha Twischit no cree en lágrimas

La pelambrera y la barba y el aspecto desaliñado iba por cuenta de mi mujer de entonces, una rubia que quitaba el aliento y que era mi maestra de inglés en la universidad. Su empeño era convertirme en un hippie a destiempo, eso sí, con obligación de baño diario. Sábata Tuichi la llamábamos, por una canción sobre una maestra de inglés del grupo español Los Mustang.

En un viejo coche
he visto pasar
mi profesora de inglés.

Los viejos recuerdos
de tiempos pasados,
han vuelto en mi a renacer.

Hoy he visto a
                    ¡Bum! ¡Bum!
Tabatha twischit
mi gentil
profesora de inglés.

Hoy he visto a
                    ¡Bum! ¡Bum!
Tabatha twischit
mi gentil
profesora de inglés.
                          (Sigue…)

Procedía de la adaptación —bastante alterada en su traducción del original en inglés— del pegajoso «Tabatha twischit» de The Dave Clark Five salido de las prensas de Columbia el 12 de mayo de 1967. Unos diez años después la versión española aún sobrevivía en la memoria de los alumnos del curso para trabajadores de la profesora María Eugenia. La deformación fonética que llevó el tabatha twischit al sábata tuichi es para mí hoy inexplicable. También María Eugenia —¡qué piernas, Dios mío! ¡Y aquel peladito con su cerquillo a lo Jane Fonda!—; también ella, decía, era inexplicable. Misteriosa. Dominante. Y no soportaba a Elvis. Y después, tampoco, a Fidel. En fin, que un buen día decidió que su reino no estaba en la primera república socialista de América y me dejó plantado, con spectrum, barba y desaliño, y que me las arreglara como pudiera con mis esforzados camaradas del proletariado internacional mientras ella ganaba distancia. Miami que tú sabes. O Londres. O hasta Sidney, Australia. Decidida la amiguita.

Queda establecido, pues, los porqués de mi aspecto en la foto de arriba. Fue tomada a mediados de los 70 al inicio de la rampa que lleva a la entrada del hotel Habana Libre. La muchacha bajo mi brazo es Marifeli Pérez-Stable que por aquel entonces campeaba por su respeto en la ciudad puesto que pertenecía al grupo de avanzada de «la comunidad» y que luego aparecieron en el documental 55 hermanos de Jesús Díaz. Estaban de moda. Sus padres los habían sacado de Cuba al inicio de las broncas de Fidel con los americanos, pero ahora ellos regresaban. En son de paz. Y ávidos de Revolución. Las estólidas academias los habían soltado con más sed que el Sahara. Pero, claro, en La Habana, primero, intentaron hallar sus pariguales. Por eso se arrebataban por conocerme. Hasta las proximidades del Hudson habían llegado los ecos de mis glorias solzhenitsianas producto de mi librito Condenados de Condado y de mi refriega con Heberto Padilla la noche de su autocrítica.

Entonces, por último, entra en el cuadro el señor que avanza por la izquierda. No tiene nada que ver —ni por asomo— con algo que sea disidente o que provoque el más mínimo celo de los siempre justicieros oficiales de Seguridad del Estado. Se llama Ambrosio Fornet y le dicen «Pocho». Venía por la acera de enfrente cuando nos detecta y cruza en diagonal para producir el encuentro casual. No conmigo, por supuesto. Sino para el saludo con la ya-no-gusana Marifeli. No está de más que uno de estos jóvenes se interese por cursar una invitación como conferencista en NYU. O hasta en Harvard ¿por qué no?

Ay, Pocho, Pocho… Los trabajos que estoy pasando para dotarte de un obituario al nivel de lo que se supone haya sido tu excelencia intelectual. (De eso se trata todo esto, ¿o no se habían dado cuenta? De que ayer Ambrosio se nos fue del parque.)

Mas por mucho que rastrees la Internet, lo que encuentras en abundancia ligado a su nombre son premios, condecoraciones y órdenes oficiales. (La Patria siempre tan agradecida.) Eso sí, una constante: Se le reconoce haber acuñado el término Quinquenio Gris. Ah, caramba, si ese es el tamaño de su inmortalidad —según el titular de Granma: «su obra en la eternidad» ¡SU OBRA EN LA ETERNIDAD! Mira qué fácil ganarte un sitio en el Olimpo, quizá por encima de Shakespeare o de Cervantes.



Aunque el homenaje más desconcertante, no sé si por timorato, o por hacerse el gracioso con los pendejos del corte de Ambrosio, o, lo que es peor, por un total desconocimiento de los hechos históricos ocurridos en el país que gobierna, es este de Miguel Díaz Canel en su cuenta de Twitter: «Sobre años grises, él puso luces que le sobreviven». ¿Sabrá Díaz Canel que el llamado quinquenio gris fue obra personal y directa y celosamente perfilada de Fidel Castro? Bah. El resultado final es el mismo. El revisionismo histórico de la Revolución Cubana bendecido por Raúl Castro y su gente.