lunes, 9 de enero de 2023

El sur profundo



Hubiese llegado a los 88. Desde el día de su muerte, el 16 de agosto de 1977, hasta ayer, domingo 8 de enero de 2023, día de su cumpleaños, transcurren 45 años, 4 meses y 23 días. A dos álbumes por año estipulados en su contrato con la RCA (hoy las plataformas serían los cidís o por Internet, amén de los renacidos vinilos, y la compañía sería la Sony BMG) él nos la dejó en la mano con 90 títulos, caso de no haberse retirado antes, con todos esos achaques que padecía. No menos de 900 canciones que nos perdimos, entre 10 y 12 por álbum. Irreparable pérdida, por los siglos de los siglos. Yo suelo decir, más por orgullo que como boutade, que pertenezco a una generación muy afortunada: tuvimos a Fidel y a Elvis. Dos héroes con formas muy personales de rebelarse contra los establishments. El hijo de un terrateniente del norte de Oriente y el de un expresidiario del Deep South y descendiente de la Nación Cherokee. Pero ambos desesperados por hacerse oír. Un mediodía de los 80, en la Casa de Protocolo Número 6, convertida ya en la residencia cubana de Gabriel García Márquez, yo estaba exhibiéndole a Rodrigo, el hijo mayor de Gabo, ahora un prestigioso director de cine, uno de mis videos de los conciertos de Elvis. Fue una de las dos cosas en que dediqué mi tiempo para educarle: el rey del rock y los Rolex. Tenía curiosidad por esa pieza de esfera bicolor que deslumbraba en mi muñeca izquierda y en las de otros compañeros, mayormente oficiales del Ministerio del Interior que frecuentaban esa casa. Creía que eran soviéticos. Finalmente, no recuerdo bien si fui yo el que le conseguí un buen precio en la Diplotienda, pero sí que Papa Gabo desembolsó el paquete de dólares que le permitiría a Rodrigo la ilusión de codearse de tú a tú con los amigotes del Ministerio que despachaban con su padre. Padre que, aquel mediodía de los videos de Elvis se asomó al recinto donde estaba ofreciendo mi exhibición privada, y tampoco pudo resistirse al magnetismo de aquel príncipe de otro mundo en la cumbre de su poder sobre un escenario, y arrimó otra butaca y solo atinó a decir: «Este fue el que empezó el relajito. Ahí empezó todo.» Entonces, una de las mucamas, personal escogido de la Seguridad del Estado que constituían su servidumbre, asomó la cabeza y dijo: «Señor García, llamó el Comandante que viene a recogerlo.» Era lo único que podía haber despegado su atención de la enorme pantalla del Sony Trinitron. Se levantó como un resorte para esperar al jefe de la Revolución en el portal bajo techo de la Casa de Protocolo número 6. Y creo que no hubo otra ocasión para que la conjunción milagrosa se lograra. ¿Se lo imaginan? Fidel Castro apoltronado al lado de Gabriel García Márquez y Rodrigo y yo de testigos viéndolos, hipnotizados, ante el embrujo de la interpretación de «Lawdy, Miss Clawdy» por Elvis Presley el 9 de abril de 1972 en el Hampton Roads Coliseum, de Hampton, Virginia. Ya lo dijo el Maestro: no hay segundas oportunidades en esta tierra.
 
 
Diciembre 1984. Peregrino cubano en Tupelo, Mississippi.