viernes, 20 de enero de 2023

Un invierno en recesión


Bunder Pacheco es el dueño de Condenados de Condado, un bragao, y uno está convencido de que es único en toda la historia de la literatura cubana y de que nadie lo ha superado todavía, y desde que se lo presentan, con ese nombre, uno sabe que se las tiene que ver con un buen tipo, y es el caso que con Bunder Pacheco los comandantes de la Revolución cubana entraron en la reserva estratégica de la literatura universal. Las declaraciones debían ser difíciles para un escritor de temple revolucionario que debe conservar la modestia como virtud y que por tanto debe esperar a que otros hagan la observación mediante la cual se acepte que ese personaje existe como pocos cubanos han existido. La existencia provocó el diferendo. El Jefe —yo lo llamaba así: Jefe— acababa de llegar a Cuba procedente de las sierras de Venezuela, de una de sus misiones contra el capital. Es un internacionalista cuyo nombre de guerra, «Miguel», no lo ha puesto a cubierto de una infección estomacal por la ingestión en las montañas de Falcón de un trozo de carne podrida que le reduce 80 libras de peso y que los médicos —a larga distancia, desde Cuba— han confundido con una filaría y por la que determinan que tiene contadas las horas. Pero morirá en paz entre las limpias sabanas blancas de un hospital habanero hasta donde se ha logrado traer cuando hace su primera lectura de unos cuentos en que un personaje llamado Bunder Pacheco defiende la Revolución a como de lugar e imparte la justicia como si fueran cuñas de un pastel.

Bueno, finalmente libró —como decíamos cuando uno se escapaba de la Pelona. Y eso estaba ocurriendo por uno de estos días igualitos a los de ahora, de principios de año, cuando el invierno comienza a decaer. Cuenten 55 años para atrás.

Jueves 11 de enero de 1968. El avión de Aeroflot que ha trasladado secretamente desde Moscú al comandante Raúl Menéndez Tomassevich —el «Tomás» de la Compañía 8 «Otto Parellada» del Segundo Frente Oriental «Frank País» bajo las órdenes del comandante Raúl Castro durante la guerra contra la dictadura batistiana y luego el jefe emblemático de la Lucha Contra Bandidos y muy pronto reconocido como Bunder Pacheco, el protagonista principal de los cuentos de Condenados de Condado— aterriza en La Habana. Fidel ha mandado a rescatarlo desde su dislocación en la Sierra de Falcón, en Venezuela. Era el jefe de los cuatro cubanos sumados a las guerrillas del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR). Está enfermo y el diagnóstico a distancia es filaria y que va a morir y Fidel no quiere que su cadáver quede en la inhóspita selva. En ese momento yo no sé nada de esto, desde luego, y todas mis preocupaciones se centran en el destino de mi libro y en la angustia de no saber cómo se puede apresurar el paso del tiempo y todavía faltan seis días, hasta el 17, para que se constituya el jurado que va a decidir mi suerte. Eso es lo jodido de no ser un héroe. Tú nunca dispones de tu suerte, amén de que debes enfrentarla desarmado. Eso era en lo que se hallaba Tomás mientras yo trasegaba mentalmente con un libro. La embajada francesa en Caracas le otorgó la visa el 2 de enero. Entró en Francia el 5 de enero. Es decir, debe haber salido el 3 ó el 4 para Francia vía Brasil. (El cuño de salida de Maiquetía, Venezuela, está muy borroso en la hoja del pasaporte, que es falso como se comprenderá). Cuando llega a París contacta con el embajador cubano Baudilio Castellanos y se alberga en la embajada. Espera las indicaciones de La Habana. Los compañeros del operativo planificado para rescatarlo de Venezuela, ya estaban en Praga por lo que Fidel ordena que se dirijan a París y en compañía del embajador que viajen a Praga de inmediato, en avión, y después para Moscú, y por fin el 11 de enero llega a La Habana. La mujer y los hijos no reconocen a ese hombre en los huesos, de voz apagada, que intenta sonreírles en el hospital de Seguridad Personal. «En Moscú tuve un tiempito para comprarles unas ropitas y unos jugueticos», es lo primero que les dice. Su primera deducción se produce aún con lentitud: «¿Estamos en invierno, no? Veo que todos llevan abrigo.»

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