sábado, 25 de enero de 2020

Juancho no lee. Navega


El libro de Norberto Fuentes encargado por Fidel Castro es un clásico que trae a J. J. Armas Marcelo un sinfín de recuerdos cubanos.

Ricardo Artola acaba de enviarme la última edición de un clásico: Hemingway en Cuba, de Norberto Fuentes, editado ahora por Arzalia Ediciones. Dice la leyenda que Fidel Castro montó en cólera cuando le llevaron un ejemplar de Hemingway en Cuba, del soviético Yuri Paporov, periodista que había vivido casi veinte años en La Habana. El libro había sido publicado en Moscú y en México (en español) y Castro preguntó si no había un escritor cubano que pudiera escribir un libro mejor que el del soviético. «Norberto Fuentes», le dijo García Márquez, «y yo pongo el prólogo», añadió. Norberto Fuentes, todavía lisiado por el «caso Padilla» salió (lo sacaron) del ostracismo y le entregaron la casa de Hemingway, Finca Vigía, en San Francisco de Paula, a pocos quilómetros de La Habana. Eso dice la leyenda, aunque la historia real (o irreal) vaya por otro lado. Tengo el libro de Paporov, y una fotografía del canadiense que fotografió a Hemingway cuando ganó el Nobel. Es un original: Hemingway tiene la mano en el pecho y se le nota mucho la cicatriz en la frente de cuando se cayó del puesto de mando del Pilar por un golpe de mar que casi lo mata.

Hemingway en Cuba, el de Norberto Fuentes, es un prodigio de trabajo, documentación, pasión por la literatura y amor fijo por el escritor que es objeto y sujeto del libro. A mí, cuando lo leí por primera vez, me pareció un clásico y en eso se ha convertido a lo largo de estos años, en los que todo aquel que haya querido escribir con cierta profundidad de Hemingway en Cuba no ha tenido más remedio que leer y releer el libro de Fuentes. A mí me sirvió muchísimo para escribir Así en La Habana como en el cielo, donde pongo en cuestión varios estereotipos que la propaganda castrista convirtió, repitiéndolos, en verdades irrefutables. Esas fotos, que también están en el libro de Norberto Fuentes, de Fidel Castro con Hemingway son, dice también la leyenda, las únicas que Castro y Hemingway se hicieron juntos. El castrismo quiso mostrar que Hemingway tenía una gran simpatía por el régimen cubano y, especialmente, por el Líder Máximo, pero otra leyenda, y en esa me basé para escribir una parte de mi novela citada, dice que Hemingway sabía que Fidel Castro había mandado matar a Manuel Castro, líder sindicalista estudiantil, su enemigo personal y político en la Universidad de La Habana. Manuel Castro sí era muy amigo de Hemingway y cuando corrió la noticia de que los chicos del gatillo fácil seguidores de Fidel Castro lo habían matado como a un perro, en plena calle, Hemingway cayó en una tristeza que terminó por hacerle escribir, esto también es una leyenda, un cuento titulado The shot que narraba la muerte de su amigo. Todo leyenda, pero en el Viejo Oeste, eso ya se sabe, lo que queda es la leyenda y casi nunca la historia.

El trabajo de Norberto Fuentes en Hemingway en Cuba es totalizador: no queda nada que el escritor cubano no rastree, como un perdiguero que no deja atrás nada de lo que sea importante de la vida de Hemingway en Cuba. Muchas veces en el libro de Norberto aparece Gregorio Fuentes, «Goyo», el último patrón que tuvo Hemingway en su yate Pilar, que tiene el mismo nombre que la protagonista de Por quién doblan las campanas. Gracias a Norberto conocí bien a Gregorio Fuentes, ya viejo pescador pero entonces todavía fuerte y con buena memoria. Había nacido en Lanzarote, en mi tierra canaria, y se volvía loco cuando yo llegaba con el gofio que me había pedido que le llevara a La Habana. En La Terraza de Cojímar cenamos algunas veces Goyo y yo. Hablábamos de Hemingway, pero también de Norberto Fuentes que ya había sido rehabilitado políticamente y disfrutaba entre los amigos más cercanos de Tony Laguardia, que después fue fusilado por Castro junto al general Ochoa, «el Calingo», y otros militares cubanos, dizque por traición a la patria. Falso de toda falsedad: fue un asesinato más del castrismo y de Fidel Castro. En parte esta historia está contada por el propio Norberto Fuentes en Dulces guerreros cubanos, gran libro, cínico y sin embargo dulce, como reza el título.

Hace años que no veo a Norberto Fuentes, entre otras cosas porque cuando voy a los Estados Unidos no me aventuro por los Everglades de Florida ni por la ciudad de Miami, tomada lenta y pacíficamente por el exilio cubano. El restaurante Ayestarán, en una esquina de la calle Ocho, cerca de la Sogüesera, era mi preferido. Al Versalles, donde los cubanos del exilio comían los platos cubanos y se llenaban de añoranza de la Cuba perdida, fui algunas veces. Sí, ahora que estoy escribiendo también el segundo tomo de mis memorias, Cuba ocupa un lugar importante y una gran cantidad de páginas en esa parte de mis recuerdos. El poeta Padilla, Natalia Revuelta, Monseñor Céspedes, Norberto Fuentes, Jesús Díaz, Rosa Marquetti, Fina García Marruz, el traidorzuelo Pablo Armando Fernández… Tantos amigos muertos, moribundos o lejanos; tanta añoranza mientras escribo esas memorias cubanas. Y, entonces, llega de repente esta edición de Hemingway en Cuba y, una vez más, crece el recuerdo de la isla y sus gentes ya desaparecidas (o lejanas) que fueron mis amigos cubanos, mis dulces amigos cubanos. Bueno, el prólogo de García Márquez al libro biográfico de Norberto Fuentes no es ningún esfuerzo intelectual, pero, en fin, está bien, bastante bien.

J. J. Armas Marcelo en El Cultural
13 noviembre, 2019

Foto arriba: El torreón al oeste de la desembocadura del río Cojímar.