Aquella noche de noviembre de 2005. La foto es de Mario García Joya «Mayito». Estamos en la terraza de su casa. Desde la izquierda, Alejandro Armengol, la doctora Niurka de la Torre (mujer de este autor) y la actriz Ivonne López Arenal (mujer de Mayito). Concentrémonos en Alejandro. Tiempo para un tabaco y para recostarse, tranquilo, remoto, y dedicarse a la contemplación de algunos de sus amigos presentes en el convite —Lichi Diego, Rafaelito Rojas, Norberto— que se desgastan en algún debate político sobre Cuba. Él no. Él deja esa «temática» para sus juiciosos escritos que publica El Nuevo Herald o el portal Cubaencuentro. Es lo que hace. Actúa como una vaca sagrada de él mismo. Dispara desde posiciones que lo hacen inalcanzable a la fogosa artillería verbal de sus compatriotas. Ataca desde la pantalla de su computadora y luego de un sólido retozo con las palabras y los conceptos, apaga máquina y se va a la mesa donde aguarda la cazuela de frijoles negros espolvoreados de azúcar, unas pisquitas, hechura de la preciosa Sara Calvo que lleva media hora llamándolo con un insistente: «Tati, deja tranquilo a Fidel y ven a comer.». Para una mujer que escondió en su casa al Chino Figueredo, herido, después de su participación en las acciones del asalto al palacio presidencial y que trasegaba con armas para el Directorio Revolucionario 13 de Marzo a través de aeropuertos infestados de esbirros batistianos, recibir la noticia de la muerte de su marido y que la verdadera razón por la cual once días atrás se lo llevaron en ambulancia para el Kendall Hospital era un cáncer en el páncreas, no sirve de ninguna protección. «¿Tati? ¿Qué Tati está muerto?» Jueves 21 de marzo. 4:30 PM. Había limpiado la casa y era todo alegría porque Marianita la hija, la había llamado que iba para allá, y ella pensó que le traían de vuelta a Alejandro. Al abrir la puerta, le costó trabajo entender el significado verdadero de sus hijos y nietos, mudos, paralizados, en el umbral.