La única vez que Guillermo Rosales estuvo cerca del Mariel fue en la primera jornada de Girón en abril de 1962, cuando fuimos a cortar caña para un central de la zona el sábado 20 y regresamos al otro día. Lo digo porque un comercial en YouTube de la Editorial Silueta nos invita a la próxima aparición del libro de Carlos Velazco y Elizabeth Mirabal sobre Guillermo. Con esos autores, garantizado un buen libro. Lo que no puedo pasar por alto es la segunda frase del corto cuando califica a Guillermo como “uno de los más emblemáticos autores de la Generación del Mariel”. Bueno, si solo fuera del Mariel, pues entonces habría que decir, en justicia, que es el más emblemático, más desesperado, más carismático, y mejor, por carrera larga, de todos los autores de ese grupo. Si aceptamos la premisa, desde luego, Guillermo brillaría como un sol en una cueva de espantados murcielaguitos. Debemos entender que a esa generación no pertenece ni siquiera Reinaldo Arenas, al que igualmente le endilgan el título, porque a todas luces Reinaldo es de la mía, o por lo menos se las arregló para publicar su Celestino antes del alba en 1967, un año antes de mi Condenados de Condado, y que haya venido en un bote de la famosa estampida del Mariel no lo convierte automáticamente en miembro de esa generación posterior. Es el mismo caso de Guillermo y su conocida amistad con Carlos Victoria. No significaba que Guillermo calzara los mismos zapatitos. La realidad es otra, muy distinta. Yo también fui amigo de Carlos Victoria —ese sí, al parecer, un representante genuino de la generación del Mariel—, o por lo menos lo conocí. Realmente, nunca me ha interesado mucho ese tipo de personajes. Estábamos en la onda de hacer una revista al principio de mi llegada al exilio. Creo que fue un invento de Jorge Dávila meterlo en nuestro equipo, y de esa manera lo conocí. Éramos Jorge, Adolfo Rivero, Alberto Batista, Andrés Reinaldo, Carlos Victoria y yo. Nos reuníamos los sábados por la mañana en casa de Jorge, en Westchester,el apacible barrio de clase media de Miami, y Jorge nos esperaba puntualmente con unos portentosos desayunos. De alguna manera iba a ser la quinta publicación literaria cubana de importancia después de Social, Orígenes, Lunes de Revolución y El Caimán Barbudo. Era el interés, así como los desayunos. Desayunos que evidentemente comenzaron a salirle caros a Jorgito, aunque no pueda precisar ahora si los cubos de café con leche que Yorch nos escanciaba tuvo que ver con la desaparición de la quinta publicación literaria cubana de importancia, sin que siquiera imprimiera un número. Luego supe que Carlos Victoria estaba muy ofendido porque yo había colgado en Internet una carta de Reinaldo Arenas muy poco favorable para Miami. En fin, a lo que iba al principio: incluir a Willy —Guillermito—, en esa generación, significa que un grupo de zarrapastrosos bolcheviques de origen cubano, unos mocosos todos, salidos de la manga del Comandante, algunos aún en activo como Silvio Rodríguez o Víctor Casaus o Guillermo Rodríguez Rivera (el otro Willy del grupo) y los más retraídos en el presente, como Raúl Rivero o este mismo servidor, o los que ya apagaron la planta y se fueron del aire, como Luis Rogerio Nogueras “Wichi el Rojo” o Jesús Díaz, por supuesto que perteneceríamos en masa, por derecho propio, a tal generación. Además de que Guillermo cayó en Miami desde España, todo por avión y con pasajes debidamente pagados, nada de flotilla de desvencijadas embarcaciones. Coño, caballeros, es hora de que acepten a Guillermito como lo que era: un escritor forjado en la Revolución Cubana y que desde los quince años vestía uniforme verde olivo y andaba de maestro voluntario. Hasta pudiera haber sido hoy un mártir como el negro Conrado Benítez. Ustedes, paren de cubrir sus insuficiencias de talento y querer emplearlo como emblema de algo que no ha producido un solo libro de interés, al menos si se les compara con los mismos de Guillermo Rosales. ¿El Mariel? Si el Mariel tuvo una impronta en su vida fue cuando, vulnerable y solo, lo llevaron a renunciar a su historia y a sus raíces y que se matara. Ese fue el servicio de la generación del Mariel respecto a una de las criaturas más emblemáticas de la generación de los hijos de la Revolución Cubana.
En los fotogramas, rodeando a Guillermo Rosales, de izquierda a derecha, el poeta Víctor Cassaus, el diseñador gráfico Héctor Villaverde y el periodista Manuel Casanova. La foto es en la redacción de la revista Mella, en el verano de 1961. Todos aspirantes a bolcheviques. Todos disfrutando de la recién instaurada dictadura del proletariado.