“La austeridad, entre nosotros, dura poco”. La frase de Raúl Castro iba dirigida contra la gestión económica de su hermano Fidel. La repitió muchas veces durante nuestras conversaciones. Era la exigencia natural de una sociedad gobernada a voluntad de un líder revolucionario en cualquiera de los períodos en que debía apretarse el cinto, lo cual era frecuente y sobre todo, más bien, que se proyectaba con fines propagandísticos, puesto que los suministros soviéticos probaron ser tan leales como suficientes.
Hombre, no habría la opulencia de una noche en ensueño en Mónaco, pero todo el mundo comía, vestía, dormía bajo un techo y ya al final hasta importaban miles de coches Lada para la venta a particulares, al risible precio de 4 200 pesos (moneda nacional) por unidad. Era, por lo tanto, el reclamo de una sociedad que llegó a ser sólidamente igualitaria cuando, sobre todo, ocurría que algún excedente caía en manos de algún que otro ministro o general y se pasaba de listo.
Las mansiones suntuosas y los Lada con cristales opacos o erizados de antenas y neblineros de producción occidental herían la sensibilidad del público y de inmediato Fidel se ponía farruco y llamaba al combate contra los derrochadores y la dolce vita. Raúl, sin embargo, tenía conciencia de que era un sistema de distribución diseñado como un fanal alrededor de la poderosísima figura política de un personaje sin par: su famoso hermano Fidel Castro. Por lo que la frase de la austeridad, en sus labios, en su voz ronca pero en unos decibeles extrañamente controlados mientras se me confesaba, tenía también un dejo de desprecio. Y por tal razón, igualmente, se dedicó a la tarea que él sabía implementar mejor que nadie en el proceso cubano: organizar un Estado paralelo (como ya había hecho con aquella especie de república guerrillera en los altos valles del norte de Oriente, mientras Fidel, al sur, en la Sierra Maestra, atraía toda la atención de las ofensivas batistianas), en espera de mejores tiempos, por lo pronto, y a su vez como aval de la permanencia del grupo original en el poder.
El instrumento, desde luego, sería el ejército. Mao ya lo había vislumbrado en su momento: el ejército como cantera de cuadros del Partido. Aunque no puedo asegurar que Raúl lo haya atendido entonces. Fidel podría estar haciendo y deshaciendo a su antojo, empeñarse en cualquiera de sus locuras, que la seguridad estaba garantizada, incluso sin que el mismo Fidel tuviera mucha conciencia de que él existía porque los tanques se hallaban bajo el control de Raúl —y en plena disposición combativa. Se creó una situación que finalmente resultó favorable para Raúl durante muchos años, porque le dio todo el tiempo del mundo. Fidel enfrentaba aparentemente a pecho descubierto todas las tormentas, mientras Raúl, silencioso, laborioso, felino, estaba en su retaguardia, sosteniéndolo. Lo único que quizá Raúl no haya previsto en toda su magnitud es la extensión del desastre que Fidel dejaría después de 50 años y de los efectos que iba a causar el poder de su personalidad desatada. Señores, en Cuba no quedó piedra sobre piedra. El ejército se despliega en un paisaje lunar, por lo que el éxito de la tarea ahora es reconstruir una economía desbastada y que el poder no se les resbale de las manos. La experiencia comunista internacional es rica en estos menesteres y ellos las han asimilado todas. Tiene algo a su favor, que es el personal. El caso es que Raúl nunca confío demasiado en esos gordos coroneles y generales que disfrutaban de las siestas en los cuarteles, sino que estuvo criando toda una nueva generación de dirigentes desde los años 60 en las escuelas militares “Camilo Cienfuegos”.
Si va a ocurrir igual o no que en China o Vietnam o la antigua URSS, una cosa sí es segura: una vez que los nuevos líderes agarren las riendas, todo lo que ocurra es un problema de ellos. Y yo los conozco: son pragmáticos, inteligentes y rápidos. No quieren obstáculos. Quiere decir que nunca van a obstruir un buen negocio por alguna tontería ideológica. Y lo van a resolver todo, porque sus problemas no son los de cegar al mundo con la luz de la revolución permanente. Es muy costoso y a la larga te hace depender de un solo hombre. Van a desarrollar su negocio y brindarán lo que pocas sociedades del mundo le pueden asegurar a todos sus ciudadanos: tranquilidad en las calles y medicina y educación gratuita (al menos, durante un tiempo, estos dos últimos renglones). Una tranquilidad que disfrutan ellos primero que nadie, como se comprenderá. Es decir, van a lograr el milagro de convertir la ciudadela en la que reinaba Fidel Castro en una de las sociedades más aburridas del mundo. Tal el precio de todas las contrarrevoluciones que asaltan el poder sin derramar una sola gota de sangre.
Publicado por La Repubblica como “Austerità e business così Raùl prepara la controrivoluzione”, el lunes 22 de julio de 2013. La ilustración es la contraportada del número 193, del 27 de mayo de 1961, de la revista Mella. Una escena de la celebración del Primero de Mayo en la Plaza de la Revolución. Póngase en contexto que hace apenas dos semanas las tropas revolucionarias han aplastado la invasión de Playas Girón. No deben presentarse mayores obstáculos para el avance del socialismo en Cuba luego de la derrota de una fuerza de tarea lanzada al combate por los americanos. Por lo que la Central de Trabajadores de Cuba (CTC) hace desfilar una carroza que es una especie de escenificación de los prodigiosos frutos que habrán de cosecharse para el pueblo. Los frutos del bien, digamos. O al menos los frutos que promete una victoria militar.