miércoles, 12 de junio de 2019
La tercera vida
Patricio no sabe que yo sé esto que voy a contar ahora. Mucho menos Raúl Castro y sus oficiales comisionados para atender el caso “Patricio” concibieron que lo publicaría. Hace cuestión de año y medio, en 2017, los oficiales a cargo se presentaron en su casa de la calle 94 entre Primera y Tercera, número 107, municipio Playa, donde cumple su libertad condicional, y le dijeron que, efectivamente, estaba a punto de extinguir su condena pero que él debía saber que nada iba a cambiar, y enfatizaron: Que todo seguiría igual. ¿Que él debía saber, o que debía comprender? Es un matiz, pero importante en los procesos represivos cubanos. Saber tiene un tono implícito de amenaza. Pero cuando comprendes, están apelando a tu complicidad y de alguna manera a tu inteligencia. Tú comprendes porque te das cuenta de que no hay otra salida. Parece en todo caso una versión de la frase emblemática de El Gatopardo, “Cambiarlo todo para que todo siga igual”. Pero con una enorme carga de cinismo y como expresión de un poder omnímodo, aplastante, indolente. La cosa no paró ahí. A los pocos días se presentaron en el citado domicilio un coronel y una mayor de la Fiscalía Militar y le dijeron a Patricio que para ir “abreviando las cosas” y, al final de la jornada, “hacer los procedimientos más fáciles”, que le convenía firmar la límpida carta impresa en alguna impresora láser de la Contra Inteligencia Militar en la que él, Patricio de la Guardia Font, se comprometía, en ningún momento posterior al término de su sentencia, a solicitar su salida del país, y por lo tanto renunciaba desde ese momento a efectuar ningún trámite para la obtención de un pasaporte. Tuvieron a bien explicarle la razón de tal medida. El general debía entender que si viajaba al extranjero, todo lo que dijera iba ser tomado como un hecho, no importa si fuese verdad o mentira. Todo el mundo le iba a creer a él. Finalmente uno de los dos oficiales, de seguro el que llevaba los grados de mayor, que hacía las veces de ayudante del coronel, le entregó un bolígrafo. Patricio lo aceptó y preguntó dónde firmaba y ahí hizo deslizar su nombre. “Firme la copia, general, para que se quede con ella.” En eso sí fueron respetuosos. Todo el tiempo que lo han mantenido en libertad condicional, la forma de dirigirse a Patricio ha sido la de “general”.
Así pues, la hora de la verdad es hoy. 12 de junio del 2019. Lo es si tomamos como fecha de término el día de la detención, 12 de junio de 1989, y no el 7 de julio, que fue la fecha que se dictó la sentencia. Vamos, no creo que vayan a ser tan cicateros que se pongan en la rebatiña por unos 25 días, más o menos. Ahora les digo cómo andan los ánimos por esa casita del 107 de la calle 94 y lo que allí esperan. En principio no esperan nada. Como quiera que todo va a seguir igual, ¿qué necesidad tiene el Gobierno de armar un espectáculo? Puede aparecerse alguien, sin embargo, con una carta, una especia de diploma, en que se declara su libertad. Si el diploma es muy grande, pues habrá algún fotógrafo para que haga llegar la imagen a Miami y quizá a El País en Madrid. Como de costumbre, no debe ser un fotógrafo profesional, sino algún pariente o amigo de la familia que coincidió con la ceremonia. Otra variante (que se ha calculado en su círculo íntimo) es que le hagan una operación semejante a la del disidente Elizardo Sánchez cuando a Elizardo le dieron una medalla de la Seguridad del Estado y grabaron secretamente un video de la imposición (que luego distribuyeron alegremente entre los corresponsales extranjeros acreditados en La Habana). En ese sentido, a Patricio pueden enfundarlo en un uniforme verde olivo, con las charreteras de general, y citarlo para alguna condecoración. Yo, realmente, no veo esta posibilidad. Pero repito que es algo que han previsto.
Un factor a tomar en cuenta, es el económico. Cerrarle todas las vías de ingreso, para hacerlo dependiente de algunos parientes que ellos puedan controlar. Patricio ha estado ganando dinero con sus pinturas (un excelente pintor, de verdad. ¿No han visto sus cuadros?) Sobre todo, es apetecido y cortejado por coleccionistas extranjeros. Incluso hay uno americano que considera a Patricio como “el más grande pintor cubano”. Pero estos dealers y mecenas están siendo retenidos a su salida por el aeropuerto de Rancho Boyeros y las obras de Patricio decomisadas. Y sin explicaciones.
Queda la variante final. Patricio sabe que está viviendo algunos de los momentos más peligrosos de su existencia. La sentencia de muerte, el infarto, es una realidad de la que él está advertido. “Caso mojado” le llamaban en el KGB a los planes de asesinato, una terminología que parece mantener su uso en la inteligencia rusa y los cubanos suelen repetir. Un procedimiento regular de convertir un caso mojado en caso seco es la inducción de un infarto. Ya he dicho que sus carceleros nunca pensaron que iba a llegar con vida a los treinta años cuando lo arrestaron en la oficina del general Pascual Martínez Gil. Patricio, sin embargo, ha llegado a la fecha con vida y con una espléndida capacidad creativa. No era lo que calcularon cuando lo visitaron las dos comisiones. Lo que planearon entonces fue “dormirlo”, “marearlo”, entretenerlo en fin, durante dos años más, seguros como estaban de que antes de esa fecha improbable el corazón del general no aguantaría más y él “se iría del parque”.
Hasta aquí todos los elementos de juicio que he logrado reunir, casi siempre a través de crípticas conversaciones vía WhatsApp (el bendito wasap —o wasá— al uso en los barrios habaneros), con mis amigos. Se trata ahora de esperar. En lo adelante la vida de Patricio va a ser la de un ciudadano cubano común. Un ciudadano común, claro, pero al que le mantendrán la cola de chequeo a donde quiera que se dirija y la obligación de informar de cualquiera de sus planes y movimientos. Cambiarlo todo para que todo siga igual. ¿Usted entiende eso, general?