Fue el del sábado 5 de diciembre de 1987, cuando, con el tren fijo del carguero Casa de producción española, a bordo del cual nos hallábamos —el Patrick, el coronel Miguel, el coronel Payret, el teniente coronel Maico, el Negro Agapio, con su ametralladora RPK de bípode al hombro, el mayor Cadelo, el hijo del general Papo a cargo del maletín de documentos secretos del Patrick, y yo—, arrastramos unos troncos de palma cortados y apilados que se hallaban al final de los 250 metros de la pista de tierra de N´Dalatando. Las palas del motor derecho se enredaron de inmediato en un maniguazo, que peinamos después de golpear los troncos y en el momento que, de todas maneras, despegamos, con el motor derecho ido y sin saber si aún conservábamos el tren para el aterrizaje, que fue cuando, a duras penas, logramos sobrevolar el peñón que se hallaba a medio kilómetro de la pista. Con el único motor de que disponíamos y que dejaba escuchar un angustioso silbido de metal en sus límites, exhausto, intentamos mantener la trepada, obligados, como estábamos, a ganar altura, por lo menos irnos por encima de los 2 500 metros, que era el alcance de los cohetes portátiles de conducción térmica de que disponía la fuerza enemiga UNITA, cuando, con la proa aún levantada, lo cual es una mala actitud para una máquina que no dispone de fuerzas en reserva, tuvimos que enfrentarnos a la realidad objetiva de que teníamos un cúmulo nimbos en formación exactamente arriba y delante de nosotros. No sabríamos hasta dos horas después, al hacer el aproche a la pista del aeropuerto internacional de Luanda si aún contábamos con el tren. La torre de control nos pidió un pase frente a ellos y revisaron con binoculares la parte baja de la panza del avión y nos dieron una confirmación positiva. Teníamos los cuatro patines. Si resistirían o no el impacto del aterrizaje se definiría en el desplome final. El acontecimiento, en su totalidad, aumentaría en forma considerable los valores de nuestro pasado y además, para ilustrarlo casi a la perfección, teníamos el tape, gracias a que Maico, el teniente coronel Michael Montañez, con toda tranquilidad y sus habituales nervios de acero, no abandonó su cámara mientras nuestro avión se proyectaba hacia el desastre y mientras sostenía por el cinturón al navegante del Casa, un joven sargento angolano que intentaba abrir la compuerta trasera y lanzarse al vacío. Maico puso un ojo en el visor y grabó el instante antes de morirnos. Comenzábamos a contar por primera vez para el recuento de nuestros recuerdos, con una grabación de video. La etiqueta, en el lomo del casete, de puño y letra de Maico, aún dice: "N´Dalatando — Los rangers nunca mueren".
Recuerdo que en el momento del trancazo contra los leños y ya saltando al aire, el Patrick me dijo: “Esto se jodió.” Yo estaba a su izquierda en el único asiento doble no lateral de la pequeña nave, designado para los jefes. Patricio lo dijo con justificada indignación por la impericia de los pilotos angolanos. Y mira lo que dicen los valientes antes de morir, fue lo que yo pensé. Mira lo que dicen cuando les toca a ellos. Tenía todo el derecho a indignarse porque luego supimos que en este tipo de accidente solo uno de veinte sobrevive. Fue el caso nuestro. De aquella tropita de afortunados cubanos. Armados hasta los dientes pero ninguna manera de defendernos dentro de aquella lata. Fuimos ese cinco por ciento. Les cuento que uno de mis planes en permanente añejamiento es escribir una novela sobre aquella tarde en N´Dalatando. El argumento subyacente sería lo que aconteció después con esos hombres, cuando cayó sobre ellos el escarnio de ser hombres de Fidel Castro cuando este necesita deshacerse de ellos en beneficio de una maniobra política. La moraleja, en consecuencia, es que habría sido mejor morirse en aquel momento y no tener que conocer el rostro verdadero de la historia final de la Revolución Cubana. “ —Ah qué la muerte más cabrona… Nomás sirve para alejarnos un poquito”, dice un personaje de Carlos Fuentes en La región más transparente, antes de que lo fusilen con otros tres compañeros en uno de los episodios de la Revolución Mexicana. Patrick, a unos escasos dos días de cumplir sin sosiego ni piedad una condena de 30 años, es un testigo de excepción de la experiencia. ¿Hasta dónde alargarán su sufrimiento? ¿Hasta dónde Raúl Castro va a permitirlo? Estamos a punto de saberlo. El próximo día 12 de junio lo sabremos. “El fin de Tony fue más gallardo y romántico que el mío que aún está por ver cómo termina”, escribió Patricio en una carta el 12 de octubre de 1990 desde la antigua cárcel de mujeres de Guanajay rehabilitada como establecimiento penitenciario de máxima seguridad para encerrar a los procesados de la Causa 1/89 y subsiguientes. Ah qué la muerte más cabrona.
El general de brigada Patricio de la Guardia, el “Patrick” de mis notas, en su calidad de jefe de la Misión Especial del Ministerio del Interior en la República Popular de Angola, se había presentado en N´Dalatando, capital de la provincia Cuanza Norte, para imponer al gobernador provincial Paulo Jorge de la presencia de avanzadas de la organización contrarrevolucionaria UNITA en su región, y detallarle que esto era parte de un plan estratégico del enemigo para dislocar estas avanzadas al norte del país. Ya en alguna de estas avanzadas nos habían tiroteado el helicóptero Mi-8 en el viaje hacia N´Dalatando la tarde anterior (viernes 4 de diciembre de 1987) y provocó que la tripulación cubana se mostrara reluctante a despegar de Luanda al otro día para recogernos y devolvernos a casa. “Los cabrones se apendejaron”, dijo el coronel Payret. Paulo Jorge, con la habitual calma de los chefes angolanos, mitad calma, mitad sabiduría, dijo: “No se angustien, camaradas. El avión con mi correo está en la pista. Ahí los embarco.”
De las notas de uno de los diarios angolanos de Patricio en mi poder.
Fotogramas del video. Proceden de la dañada cinta original que, entre otros estropicios, se partió en alguna operación de rebobinado. Una narración de los fotogramas se encuentra al final de la secuencia.
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Una animada conversación en el jardín de la residencia de Paulo Jorge, el gobernador de Cuanza Norte. De izquierda a derecha: el coronel Rogelio Payret, el general Patricio de la Guardia y el escritor Norberto Fuentes.
2
Paulo Jorge, que fuese el primer canciller de la recién estrenada República Popular de Angola en 1976, muestra a los camaradas cubanos el jardín que él mismo atiende en la residencia de gobierno.
3
La despedida. Caravana lista.
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En el rústico aeródromo de N´Dalatando. El escritor no las tiene todas consigo y el aparato de factura española que debe abordar.
5
Mas el general Patricio tampoco parece convencido de su destino inmediato.
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El piloto y su invitación al abordaje de su nave y acomodarnos. De uno en fondo, camaradas.
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Patricio y Norberto ocupan el asiento delantero.
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La rampa inicia su ascenso de cierre. Una silenciosa familia angolana relacionada con Paulo Jorge nos acompaña.
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Un instante antes de Patricio soltar su perentoria declaración de esto se jodió.
10-12
No se ha jodido completo, al menos todavía. Patricio y el escritor husmean desde la puerta de la cabina y calculan sus posibilidades de supervivencia.
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El abochornado navegante expurga, en solitario, arrinconado, sus culpas por pretender abrir la rampa para escapar del avión.
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Los bomberos parecen emboscados al borde de la pista de Luanda. Nos estaban esperando por indicaciones de la torre de control. Apenas ha tocado el pavimento y ha comenzado a correr sobre la pista, el piloto abre la rampa hasta que frene el equipo. En caso de incendio, tenemos solo 15 segundos para evacuar.
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El Negro Agapio es el último de los nuestros en abandonar la nave. La combinación de los ramilletes de flores obsequiados por Paulo Jorge y de su RPK al hombro constituye un motivo de broma en las próximas semanas. Era un obsequio del gobernador para las camaradas mulheres cubanas de la Misión del Ministerio del Interior.
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El piloto angolano desciende con cierta precaución. Los cubanos lo están esperando.
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Pero los cubanos están demasiado excitados y contentos por haber regresado a Luanda en una sola pieza. Así que en vez de reproches al piloto, buscan el lado positivo de su maniobra. Hizo lo correcto con los controles y no titubeó al apagar el motor averiado y mantener la trepada del avión en un ángulo aceptable para el trabajo de un solo motor y sacó el avión al aire y ahí lo mantuvo.