viernes, 21 de junio de 2019

El testigo cubano

Álvaro Alba se preparaba para un camping en un afluente del Dnieper al norte de Odesa cuando se produjo el desastre nuclear de Chernobil. Su memoria del episodio.


En abril surge un recuerdo perenne.

Todos los años, cuando llega ese mes, viene a la memoria. Chernobil. Una memoria que persigue a todo el que estuvo en Ucrania en abril de 1986.

La noche del sábado 26 de abril de 1986, un grupo de estudiantes de la Universidad Estatal de Odesa y del Conservatorio de la ciudad acamparon a orillas de un afluente del río Dnieper —el Bug del Sur. Pensaban pasar un divertido fin de semana alrededor de una fogata y viviendo en casas de campaña.

Un poco más al norte, a orillas del Pripiat —otro afluente del Dnieper—, el cuarto reactor de la planta nuclear de Chernobil explotaba a la 1 y 24 minutos de la madrugada. Nadie informó de lo acontecido. Durante casi una semana estuvo lanzando elementos radiactivos equivalentes a 500 bombas de las que se arrojaron en Hiroshima.

Los bomberos lucharon contra las llamas como si fuera un incendio forestal. Los vecinos del poblado de Pripiat, donde estaba ubicada la planta, quienes desconocían la magnitud del siniestro se negaron a abandonar la zona.

No se informó en Ucrania de la magnitud del desastre. El Primero de mayo, desfilaron por las avenidas de Kiev sus residentes, sin saber el peligro que les acechaba.

En Moscú, a pesar de que ya se había iniciado la política del glasnots y la perestroika, fenómenos de esa categoría no se anunciaban a los cuatro vientos. En Occidente conocían mejor las posibles secuelas de la tragedia y alertó a su población.

La información llegaba a los que vivíamos en territorio soviético de segundas manos, todos oían la radio extranjera. Tanto Radio Svoboda (Libertad) y la BBC informaron antes y con más detalles que el oficialista noticiero Vremia de la televisión soviética.

Los estudiantes polacos fueron los primeros en regresar a su país, pues conocían del viento que soplaba hacia el este, llevando las nubes radiactivas. Los árabes compraban a cualquier precio un pasaje (por tierra, aire o mar: como Adelita la del corrido mexicano) para salir a prisa de Ucrania.

En la Universidad de Odesa citaron para la estación de trenes, señalando un destino final más allá de los Urales, Rusia. Por el campo estudiantil pasaron entregando un frasco de yodo y ordenaron echar dos gotas en cada jarra de agua. La única medicina ante la posible radiación.

A las pocas semanas empezaron a llegar a los sanatorios y campamentos estudiantiles de la ciudad balneario los infantes de la zona afectada. Niños y niñas de Chernobil, de Pripiat, de Narodichi, de Opachichi.

Los estudiantes universitarios eran los encargados de cuidarles. Vi a diario pequeños de 5 a 12 años que salían para las consultas del médico y no regresaban a los dormitorios. Por la noche se oía a los pequeños llorar porque no sabían dónde estaban sus padres, también evacuados en otra ciudad, o quizás muertos ya.

Una tos aguda les despertaba o les obligaba a detener la marcha si jugaban balompié o simplemente caminaban. Les veía adelgazar a diario, perdían el apetito, el interés por los juegos, por bañarse en la playa, hasta por la vida.

Se hizo una gran hoguera con sus pertenencias, pues todas tenían radioactividad. Fueron cientos de niños que se veían tristes aquel verano de 1986, había cientos de miles en Bielorrusia y Rusia, a donde fue también la nube radioactiva.

Más de 4 millones de habitantes de Ucrania, Bielorrusia y Rusia fueron afectados por la explosión, el 10 por ciento del territorio ucraniano está contaminado todavía con la radiación. Unas 160 mil personas tuvieron que abandonar sus hogares y unas 30 mil quedaron deshabilitadas por las secuelas. Uno de cada 16 ucranianos sufre de salud debido a la radiación.

Viví las jornadas posteriores a la tragedia, compartí con los ucranianos el dolor de aquel drama que aún perdura; vi enterrar a muchas de las casi 6 mil víctimas que ha cobrado la explosión, caminé por la ciudad fantasma de Pripiat, que antes del aquel 26 de abril tuvo miles de habitantes. Cada vez que se acerca la fecha afloran los mismos recuerdos, aunque hayan pasado 33 años.

Álvaro Alba
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Ahora un reconocido periodista radicado en Miami y con varios libros publicados sobre su experiencia soviética, Álvaro Alba era uno del millar de jóvenes cubanos que estudiaban el 26 de abril de 1986 en la ciudad portuaria de Odesa. Había unos 500 distribuidos en tres escuelas militares de las cercanías de la ciudad y, en la ciudad, los civiles del contingente que incluía a Álvaro cursaban estudios de humanidades y ciencias y en conservatorios, politécnicos, academias navales amén del grupo que se especializaba en el Instituto de Refrigeración con vistas a aplicar sus futuros conocimientos en la construcción del metro de La Habana. Álvaro escribió el texto en el 25 Aniversario del accidente y lo hemos resucitado a tenor del interés provocado por el episodio de la serie televisiva de HBO. El original, titulado “Chernobil en mi recuerdo”, apareció en diversos medios de 2011. La presente versión ha sido ligeramente revisada con el objeto de su actualización y por precisión.

La acampada fue al norte de Odesa, cerca de Uman, una ciudad intermedia entre Odesa y Kiev, y el río era el Bug del Sur. De Uman a Chernobil son 380 kilómetros. La foto fue del sábado 26 de abril en horas de la tarde. Ya había explotado el reactor. Nadie lo sabía. En la foto, una parte de los estudiantes de la Universidad de Odesa y del Conservatorio que participaron en esa excursión de fin de semana. Desde la izquierda: dos estudiantes del conservatorio no identificados; José Moreno (estudiante de Historia, y siguiendo los pasos de su padre, Manuel Moreno Fraginals), Orlando Forte (Conservatorio), y delante, con pullover a rayas, un travieso Álvaro Alba (también Historia).