El siguiente texto procede del sitio Norberto Fuentes Punto Net —ya desaparecido— de fecha 26 de junio de 2011. Un día como estos.
[Norberto Fuentes] ¿No tuvieron oportunidad de ampliar los contactos personales?
[Fidel Castro] Bueno, si tú supieras, no tuve el privilegio ese, porque en realidad aquellos días iniciales de la Revolución eran muy atareados y nadie pensaba que Hemingway se fuera a enfermar y hasta a morir tan pronto, y se creía que había tiempo para conocerlo mejor.
Y cuando le puse mi libro sobre Hemingway delante, ya terminado, y él lo revisó (conservo las cuartillas originales con sus anotaciones, de puño y letra) no puso ningún reparo en mi información sobre su único encuentro con Ernest Hemingway. Hagamos un esfuerzo, no obstante, por descifrar la jugada. Ya todo se dijo, se expuso, se describió, se enumeró en Hemingway en Cuba. Y no quedó documento de relevancia que yo no incluyera en ese libro. Exprimí el museo, para decirlo sin ambages. Debe entenderse pues que si todo está publicado en un libro desde 1984, entonces qué diablos van a venderle ahora a los americanos, y cómo seguir lloriqueando con el asunto de que el museo se cae a pedazos y que hace falta, incluso, hasta levantar el embargo para poder restaurarlo. Con ese programa por delante es un verdadero escollo mi mamotreto. Advierto ahora que no todos los directores del Museo han tenido esas ínfulas. Luis Fuentes. Me gustaba más Luis Fuentes (ninguna relación de parentesco con este autor), quiero que sepan. Era un viejo loco proveniente de la Seguridad del Estado al que se le asignó la dirección del Museo Hemingway. La lucha contra los elementos adversos al proceso mermaba considerablemente hacia 1975 y no tuvieron mejor lugar para ubicarlo. A partir de su reinado de unos cinco años en lo alto de Finca Vigía, a cualquier visitante que llegara, Luis le espetaba que Hemingway era a todas luces un perverso agente del imperialismo yanqui. Iba a Cuba a emborracharse, desde luego, y en busca de putas. Y él, investido en sus poderes de interventor revolucionario de lo que se le antojaba entonces un latifundio, los acaso 11 acres de la finca (43 345 metros cuadrados), aconsejaba a los distinguidos visitantes que dieran media vuelta y se encaminaran, mejor, al Museo Martí. En fin, era un decidido antiimperialista, que nunca olvidaba agregar al final de su diatriba sobre Hemingway que, con toda seguridad, era también maricón. Ven ustedes. Eso sí es un manejo adecuado del lenguaje de combate para alguien que se sienta decididamente cubano. Desde luego, yo nunca logré ensamblar el supuesto carácter putañero de Hemingway con la acusación de homosexualidad. No compaginaba. Lo que sí, logré convencerlo de que en su discurso de bienvenida no repitiera más el cargo de interventor porque no era el caso. El suyo era de director. Y que no siguiera desviando a los visitantes hacia el Museo Martí porque una institución como tal no existía en La Habana, ni en sus alrededores. Ni en el resto de Cuba, según mi leal entender. A menos que estuviera refiriéndose a la casa natal del prócer, en una callejuela olvidada del casco colonial habanero. Maria Rosa, por su parte, parece más bien que se siente decididamente gringa. Vaya, o por lo menos decididamente académica. Fíjense si no, que se apresura en declarar que Hemingway se sintió definitivamente cubano sin dejar de ser —acota Cubadebate—, “un estadounidense cabal”. Repito: María Rosa divulgó que pretende con un trabajo de investigación demostrar que el novelista “se sintió definitivamente cubano” sin dejar de ser un estadounidense “cabal”. Y agrega una muy sospechosa nota de rechazo contra Edmundo Desnoes, un favorito del régimen en los años 60: “El eterno ‘sentimiento antiyanqui’ que se atribuye a los cubanos llevó a un intelectual cubano actual a llamar a Hemingway, en su estancia en Cuba, como un Robinson Crusoe que se rodeaba de Viernes.” Puro Edmundo Desnoes. Su pecado, sin embargo, no es su retrato de un colonizador americano. Es ser recordado en un tiempo en que lo históricamente adecuado es lamerle las botas a los antiguos hijos de puta. ¿Y qué pensarán esos gringos de la academia y de la familia Hemingway y los asociados oyendo tales babosadas? ¿Se las creen de verdad? Aclaración final para neófitos: timba (o timbita, según las dimensiones) es un par de pedazos (cachos, se diría) de queso blanco que emparedan una barra de guayaba (otro cacho), que uno se zampa junto con un enorme vaso de agua. El vaso de agua te ayuda a no morir ahogado.
Ver el texto completo de mi entrevista con Fidel en Hemingway en Cuba, pero solo en la edición cubana y sus similares. El editor americano Lyle Stuart prefirió no incluirla en su edición.